Durante el siglo XIX, los logros del método científico en los dominios físico y orgánico influyeron a los primeros antropólogos a pensar que también los fenómenos socioculturales obedecían a leyes que podrían ser descubiertas y enunciadas. Y por muchos que fueran los puntos débiles en las teorías elaboradas por los antropólogos bajo esa influencia del cientificismo, las cuestiones que en ellas planteaban –cuestiones de orígenes y causas– dieron a sus escritos perdurable interés. Mas con el siglo XX comenzaron los esfuerzos por alterar las premisas estratégicas de las que dependía el cientificismo de la antropología. Se rechazó la teoría por especulativa y se fomentó la intensa dedicación a la recogida de datos en el trabajo de campo. Se valoró esa investigación directa de problemas con frecuencia nimios, y alguna vez triviales, como el summum bonum de la actividad científica, y se relegaron al olvido las fuentes históricas de la disciplina. Operando con esquemas teóricos de alcance aparentemente restringido, en realidad se formulaban sobre la historia y la cultura conclusiones del mayor alcance, que se incorporaron a las disciplinas vecinas e incluso a las perspectivas intelectuales del público culto en general. Sobre la base de evidencias etnográficas parciales o incorrectas, se desarrolló una concepción de la cultura que exageraba la importancia de los valores extraños y las motivaciones irracionales. De ese modo se desacreditó la interpretación económica de la historia, negándose en general todo determinismo histórico, y en especial el determinismo de las condiciones materiales de la vida sociocultural.
El propósito de este libro es reafirmar la prioridad de la búsqueda de las leyes en la ciencia del hombre, y la clave de su argumento es que el principio básico de la evolución sociocultural, conocido ya desde el arranque mismo de la antropología, es el principio del determinismo tecnoecológico y tecnoeconómico: tecnologías aplicadas a medios similares tienden a dar origen a una organización del trabajo similar, y ésta a su vez a agrupamientos sociales de tipo similar, que justifican y coordinan sus actividades recurriendo a sistemas similares de valores y creencias. Una estrategia de investigación adecuada a este principio tendrá, pues, que conceder prioridad al estudio de las condiciones materiales de la vida sociocultural.
En defensa de esta estrategia que él llama del “materialismo cultural”, Marvin Harris hace una historia crítica –no un inventario, ni un compendio– del desarrollo de las teorías antropológicas de la cultura, con ánimo de probar que los antropólogos no han aplicado nunca de un modo consecuente el principio del determinismo tecnoecológico y tecnoeconómico, a pesar de lo cual han contribuido poderosamente a desacreditar esa opción que ellos nunca eligieron. Tal relegación de la estrategia del materialismo cultural es el resallado no de un programa razonable de investigación orientado de distinto modo sino de las presiones encubiertas del medio sociocultural en el que la antropología ha conseguido verse reconocida como disciplina independiente.
Marvin Harris, profesor de antropología en la Columbia University, es bien conocido en los medios académicos por sus artículos y libros. Realizó trabajos de campo en Brasil, Ecuador y Mozambique.