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Del saber de las musas

Sergio Espinosa Proa
filosofía
$285
El lugar de la obra de arte, la posibilidad de reconocerla o discernirla, de distinguirla, de asumir su singularidad, de acompañarla hasta donde ella ha llegado o podido llegar, depende del fundamento/filamento desde cuyo régimen y en cuya neblinosa o prístina atmósfera aparezca. En la edad Arcaica está profundamente enterrada o integrada en el mito, y en la edad Moderna cuesta cada vez más trabajo separarla de la técnica. En nuestra época, el Ello ni de lejos ha llegado a cobrar la mínima predominancia; apenas se insinúa —aunque con torva nitidez— en el horizonte. Pero si puede considerarse a nuestro tiempo, a los tiempos que corren, como una forma anómala o extrema o aguda (o incluso aguada) de la Modernidad, es debido a que no es ya la gramática del Yo/Nosotros la que impera de manera fastuosa e inapelable. En la edad Moderna, el Ello se encuentra presente a la contra en el Romanticismo (enfangado, desde luego, en la gramática del Yo/Nosotros) y, más tarde, de forma levemente velada, en esas "contraciencias" que, al decir de Foucault, son el psicoanálisis y la etnología -evidentemente, en sus vertientes Lacan y Lévi-Strauss. La edad Contemporánea es al Arte lo que la Moderna ha sido a la Religión: la revelación, la desmesurada irrupción de su raíz inconsciente en el plexo de la conciencia. En cuanto expresión del Ello, la obra de arte es fundamentalmente una recuperación, y en cuanto tal es una recusación del Progreso; la obra vuelve exactamente- te como Orfeo vuelve el rostro hacia Eurídice en un gesto de soberana afirmación de la mortalidad, prenda vital de los humanos. La obra de arte es el gesto de recuperación de lo no recuperable, a sabiendas de que el resultado será infructuoso. Lo que simboliza el Ello es precisamente la imposibilidad del Progreso; simboliza la lógica de la desacumulación originaria (y final) de todo cuanto existe. Aquí se intenta probar el rendimiento de esta hipótesis general, aplicándola en diferentes campos discursivos y temáticos, desde Sócrates y Platón hasta Walter Benjamin y Arthur C. Danto y desde María Sabina hasta Marcel Duchamp.